Hay mujeres de barrio que con solo verlas podemos imaginarlas como tías o madres. O como esa vecina que todas las mañanas sale con el changuito a pelear los precios para hacer la comida. Así me la imagino hoy a Magdalena Leguizamón con solo ver su foto en los diarios.
Estoy segura que ella se hubiese sorprendido mucho al verse así, en los medios. Es más, el teléfono de su casa no pararía de sonar de tantos parientes y amigos que la llamarían para decirle que la vieron. Pero no. Hoy ningún pariente ni vecino ni amigo le va a poder decir "te vi en el diario". Ni cargarla porque salió más gorda o más flaca. Hoy, Magdalena, esta señora a la que sólo con verla ya te sale decirle tía Magda, ya no está entre nosotros. Por eso es que cuando el diario habla de ella, ella no podrá leerse.
Todo comenzó cuando la diabetes de Magdalena, a sus 67 años de edad, se hizo incontrolable. Había que amputarle una pierna. La noticia fue terrible pero más terrible era la muerte, pensó y pensaron quienes la querían bien. Así fue como Magdalena se internó hace apenas dos semanas en el sanatorio que le tocaba por el PAMI, el Berazategui, para someterse a la cruenta cirugía.
Lo que sucedió después salió en todos los medios: un médico inepto, por utilizar un calificativo liviano, le cortó la pierna equivocada a la buena de Magda. A partir de allí llovieron noticias de mala praxis contra el Sanatorio Berazategui y otros centros asistenciales. A Magdalena eso ya no le importaba demasiado. Me la imagino llorando cuando se quedaba sola y se iban todas las visitas. Lo que no me puedo imaginar es la cara del cirujano que la amputó si es que se animó a mirarla a los ojos.
Y no sé si peco de idealista pero creo que, muy en el fondo, Magdalena Leguizamón, la tía Magda, lo debe haber perdonado al médico. Porque tal vez proyectó en él a sus propios hijos o sobrinos o porque esas cosas pasan o porque... "viste cómo nos tratan a los jubilados..."
Lo cierto, y esto sí que no es conjetura, es que Magdalena anoche se descompensó y la tuvieron que trasladar de emergencia al Sanatorio Güemes donde falleció a causa de un paro cardiorrespiratorio.
Y la verdad, que al mirar su foto, hoy siento como si se hubiese muerto una tía que no conocí pero que era querible. Una tía a la que le pasaron cosas feas pero que nunca llegó a perder la sonrisa. Una tía que trabajó toda su vida para tener una jubilación digna y no para ser un número, una cápita o ahora sólo un lugar en el cementerio.
Te mando un beso enorme, Tía Magda. Y en tu nombre, a todas las tías y tíos jubilados les pido que no se resignen a ser tratados como simples números o cápitas, como dicen los jubilados. Porque tienen nombre, tienen historia, tienen identidad.